Cuando te detenés a mirar
el mundo, a observar la belleza que nos rodea, cuando te reís hasta que no
podés más con tus amigos, cuando hacés lo que amás hacer, cuando viajas a un
lugar que no conoces, cuando escribís una canción, cuando se te acelera el
corazón ante una mirada, cuando haces el amor, cuando amás a alguien, te
sentís vivo.
Pero no solo la felicidad te hace sentir vivo, sino también saber que dejás un
testimonio de tu vida, saber que cuando ya no seas, algo de vos seguirá vivo en
lo que vendrá.
¿Pero si sabés que no hay futuro? ¿Que nada de lo que hagas, ningún legado que
dejes, ninguna contribución que hagas te va a sobrevivir? ¿Si sabés que todo se
termina es posible sentirse vivo?
¿Cómo se puede ser feliz sabiendo que la vida se va a convertir en invierno? En
un invierno eterno.
Las cosas que nos hacen sentir realmente vivos son las cosas que vencen a la
muerte, las que perduran en el tiempo. Porque el éxtasis, la felicidad, es
trascender. Es el momento en que todos somos eternos y estamos vivos de verdad.
De todas las formas de egoísmo la peor es no pensar en los que vendrán. Sin
ellos, sin la noción de que la vida es un ciclo sin fin nada tiene sentido.
Te sentís vivo no cuando la vida pasa, sino cuando vos pasás por la vida, cuando
perdés el miedo a morir y a vivir. Te sentís vivo cuando sabés que cada momento
es único, irrepetible, cuando sabés que nada empezó con vos y nada terminará
con vos.
Solo sabiendo que habrá un mañana es que podremos vencer a la muerte, y
sentirnos vivos.
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